9 de julio de 2013

Salsa de tomate

No hay nada como una salsa de tomate hecha por ti. El sabor que tiene no puede compararse con el de la salsa ya hecha. Y lo mejor de todo es que es muy fácil de hacer. Solo es necesario un poquito de tiempo, ganas y tomates. Esta receta en realidad no es mía, se la copié a mi madre, con algún pequeño cambio, pero básicamente es la receta que ella lleva haciendo toda la vida. Así que, ¡ahí va la receta!

Ingredientes
Una lata de tomates pelados grande
dos cebollas medianas o una grande
un par de dientes de ajo
especias varias

Elaboración

En una sartén con un chorro de aceite de oliva, sofreímos la cebolla y los ajos picados groseramente con un poquito de sal. Para evitar que los ajos se repitan, es conveniente sacarles la parte central, una especie de pequeño tallo. Cuando se vea la cebolla dorada apagamos el fuego y vertemos el contenido en el bol de la batidora, le añadimos los tomates y un poco del agua que queda en la lata tras sacar los tomates. Toda esa agua que añadamos, luego deberá evaporarse en el cocinado.
Lo trituramos todo, que quede una mezcla bien homogénea, y una vez triturado lo volvemos a echar todo en la sartén que antes habíamos usado para la cebolla y el ajo.
A fuego muy suave, dejaremos que la salsa se vaya cocinando, removiendo de tanto en cuando, al principio añadiremos una cucharada de azúcar (tamaño postre) y un poco de sal (no hace falta echar mucha, podemos ir rectificando luego), además de un par de hojas de laurel, un poco de pimienta negra en polvo y orégano.
A partir de aquí quedará a vuestra elección cuando dar por acabada la salsa de tomate. Lo normal es que la salsa quede reducida un tercio aproximadamente de su volumen original (una media hora o cuarenta minutos, aproximadamente). Pero podéis ir probando cada poco y decidir.

Esta salsa nos sirve para todo, un plato de macarrones con tomate, un arroz a la cubana, pizzas, empanadillas, el pastel de carne y patata y, en fin, para cualquier receta que incluya la salsa de tomate entre sus ingredientes.
Una vez fría se puede congelar en bolsas de varios tamaños para que nos sirva para diferentes recetas.

¡Y a disfrutar!

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